domingo, 18 de marzo de 2007

La utopía de Tomás Moro marcó la pauta, con perdón de la República platónica, para una literatura que tenía como fundamento elucubrar o imaginar lugares, más o menos fantásticos, que desarrollaban formas de gobierno y sistemas aparentemente perfectos, principalmente como consecuencia de una visión crítica de la sociedad imperante. Moro, conocedor en profundidad de la lengua griega, acuña un término que hace referencia a ningún lugar (u-, -topos), llamando Utopía a su más conocida obra.

La utopía que Moro describe es una isla situada en algún lugar y que presenta una sociedad perfectamente configurada en apariencia. Evidentemente no podemos juzgar la obra bajo una mirada contemporánea porque utopía (como lugar, no como obra), a pesar de ser un país igualitario y sin diferencias de clases, los papeles del hombre y la mujer siguen funcionando en los viejos roles patriarcales y la religión sigue marcando la vida de sus habitantes. No obstante, sí que presenta métodos democráticos que no se corresponden en la realidad por la práctica autoritaria de los reyes y gobiernos. No es desconocido que toda forma de utopía nace como negación al sistema establecido y como propuesta de cambio.

Hoy en día muchos ante la palabra utopía dirigirán la mirada hacia el comunismo, o en sentido inverso asociarán el adjetivo de utópico a dicho sistema, por eso tal vez la curiosidad hacia este tipo de literatura y de pensamiento. Si bien es cierto que podemos encontrar similitudes en la concepción comunista y la utopía en sí tal como hoy la conocemos, no debemos obviar

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